Comentario
Cuando leemos la palabra burguesía en la mayoría de los trabajos -monografías y obras de carácter general- hemos de tener en cuenta que estamos ante un concepto frecuentemente equívoco. José María Jover, muy acertadamente en mi opinión, ha delimitado la frontera de la burguesía con las clases medias, no sólo por un cierto nivel económico, que a veces puede no existir sino, sobre todo, por la ocupación: los burgueses se dedican a los negocios. En definitiva, el espíritu de empresa o el espíritu negociante del que hablaba W. Sombart será el privativo de esta clase social.
Los hombres de negocios no eran una realidad nueva en la sociedad española. Como ha estudiado Ramón Maruri para el caso de Santander, la novedad de los años treinta y cuarenta del siglo XIX, en relación con el siglo XVIII, es el relativo crecimiento y su expansión económica. Su número y potencialidad permitió que se formara entonces una nueva clase alta en la que se incluye la microsociedad burguesa generada por los cambios económicos limitados a una serie de sectores y zonas geográficas.
Son los hombres de negocios, los banqueros (la nobleza de la burguesía, como los definió Stendhal), los nuevos industriales, los comerciantes importantes, los grandes propietarios terratenientes (entre los que hay que incluir algunos de los antiguos y nuevos aristócratas) que especulan y generan beneficios con sus bienes. Entre ellos, algunos profesionales distinguidos, los altos cargos del Estado, tanto de la clase política como del Ejército.
En su inmensa mayoría viven en Madrid, Barcelona o en las pocas ciudades que, por entonces, existen en España. Si analizáramos la nómina de socios o asistentes a un baile en algunas de las cerradas instituciones sociales y de recreo de la época, posiblemente nos encontráramos, en cada ciudad, con todos ellos y exclusivamente con ellos. La política matrimonial es endogámica, consecuencia y a la vez causa de su pertenencia a un círculo cerrado. En las relaciones sociales esta nueva clase intenta imitar algunas formas aristocráticas, aunque en los hábitos del trabajo tiende a desaristocratizarse: la aplicación a los negocios modernos contribuye a ello.
La clase social supone una situación más o menos común en el género (o un su caso carencia) de trabajo, nivel económico, cultura, derechos políticos e intereses que defender. Todo ello les lleva a una cierta conciencia de comunidad y a mantener relaciones sociales.
En un sentido amplio, la burguesía de los negocios participa de muchos aspectos con la nobleza o, en dirección opuesta, con las clases medias. En ocasiones forma comunidad con ellas, pero en cuanto al género de trabajo, los burgueses sólo tienen conciencia de comunidad con ellos mismos. Los negocios les van aglutinando. El mundo de los negocios es el que crea el tipo más nítido del burgués: industriales, financieros, comerciantes. A ellos se van sumando los profesionales, algunos labradores, nobles, altos cargos de la administración... etc. en la medida en que, poco a poco, se van adentrando en el mundo de los negocios.
El labrador o el abogado que compra tierras en la desamortización, no pasa a ser burgués ipso facto por la mera compra de propiedad. Eso es sencillamente confundir los términos liberal y burguesía. Lo que ha comprado es una tierra liberalizada para el mercado, pero no burguesa. Si esa compra supone que el nuevo comprador se va a dedicar a especular con la nueva propiedad o a los negocios de cierta escala, cultivando esa tierra y dedicando los excedentes de la cosecha al comercio y con el dinero obtenido volver a negociar, estamos ante un nuevo burgués. Este será de mayor o menor cuantía, en la medida del volumen de sus negocios.
A partir de 1827 el desarrollo de la vida industrial y comercial, los negocios de contratas del Estado, la compra-venta de bienes nacionales... etc., serán elementos necesarios para que pueda hablarse de un auténtico mundo de los negocios en España.
En la tipología de la burguesía de este período, se puede distinguir entre una burguesía periférica (vinculada a la industria y el comercio) y otra interior (vinculada a las finanzas, la agricultura y el comercio).
Una burguesía dedicada al comercio, cuya existencia se desarrolla a lo largo de la primera mitad del siglo XIX pero, especialmente, desde 1827. En ella se incluyen, además de los antiguos comerciantes portuarios de plazas como Barcelona, Valencia, Cádiz-Jerez, Santander, Málaga, Bilbao, Sevilla, Alicante o La Coruña, los nuevos que surgirán en la España interior (Madrid, Valladolid, Granada, Zaragoza, Córdoba).
Los primeros son los que el Anuario General del Comercio... de los años cincuenta especifica entre los grandes comerciantes que concentran buena parte de su actividad en la importación y exportación, en ocasiones vinculados a otras variadas inversiones. Son apenas unos cientos: unos 200 en Barcelona y menos del centenar en las otras principales plazas como Valencia, Cádiz, Santander, Málaga y Bilbao.
En los segundos distinguimos entre los madrileños, unos sesenta comerciantes importantes, y los de otras ciudades del interior especialmente dedicados a los cereales y otros productos agrícolas, entre ellos algunos cultivadores importantes y terratenientes normalmente beneficiados de la desamortización.
Atisbos, ya en los años cuarenta, de una burguesía industrial aparte de la barcelonesa, cuyo origen es anterior. Según Vicens, antes de 1827 se forma el núcleo básico cuya actividad decisiva es a partir de esa fecha. Esta burguesía de Barcelona, entre 1815 y 1855, tiene unos rasgos comunes de los que el mismo autor destaca su actitud política liberal conservadora próxima a los moderados, su afán proteccionista y el deseo de crear las bases del liberalismo económico, pero sin comprender algunos de los aspectos que conllevaba, como la propia idea de librecambio o la organización obrera y consiguiente movimiento por la mejora de la situación de los trabajadores.
La indiscutible mayor importancia de la burguesía industrial barcelonesa sobre el resto de España queda manifiesta si se toman las cifras de cualquier fuente. Según el Censo de 1860, el número de fabricantes de la provincia de Barcelona superaba los 2.500. La mayoría se asentaba en la ciudad de Barcelona y sus alrededores (Mataró, Sabadell y Tarrasa). En el resto de las provincias se sitúan fabricantes en número mucho menor: Málaga, Cádiz y su Bahía hasta Jerez, Alicante (Alcoy), Valencia, Madrid, Sevilla, Asturias, Salamanca (Béjar). En éstas convivían nuevas y pocas factorías con las pequeñas y antiguas fábricas relativamente numerosas todavía en 1860 en Palencia, Segovia, Valladolid, Gerona, con tendencia a disminuir en los años setenta.
Burguesía financiera y de negocios especulativos que, aunque en parte es consecuencia del desarrollo de la burguesía comercial, va a imprimir unas características peculiares a la clase burguesa. En este grupo hay que incluir a los bolsistas (especuladores, entre otros con los títulos de la Deuda), arrendadores de los derechos de puertas y de estancos, esclavistas, banqueros, dueños de minas en explotación, algunos propietarios importantes de terrenos urbanos y promotores de la construcción. Sobre todo desde 1850, a los beneficiarios del ferrocarril y obras municipales o del Estado, también contratistas, que normalmente han sido antes comerciantes, banqueros y especuladores. A esta burguesía nos la encontramos con frecuencia especulando con el suelo urbano y construyendo nuevos barrios en ciudades en expansión, aprovechándose de los planes de ensanche en ciudades como Madrid, Barcelona, San Sebastián, Valladolid o Santander. Los ejemplos más destacados viven en Madrid o al menos tienen casa abierta en la capital, casos de José Salamanca, Gaspar Remisa, la familia Safont o el Marqués de Manzanedo. En el resto de las ciudades importantes, portuarias o del interior, nos encontramos ejemplos de una burguesía de los negocios correlato de la madrileña si bien a escala.
Hay elementos que nos permiten distinguir un núcleo de agricultores, los labradores ricos, que tienen algunos rasgos propios de una burguesía agraria, aunque otros les distancian de este grupo si hacemos una historia comparada con otros países occidentales. La situación se modificará tan lentamente que, durante los primeros setenta años del siglo XIX, las cosas no cambiaron excesivamente en las formas de explotación de la tierra, aunque casi todos, a través de la compra de tierras en la desamortización, ampliaron la extensión cultivada en propiedad. En realidad, la integración del mercado, a escala nacional e internacional, unido a otros factores, hará que de ese núcleo surjan paulatinamente empresarios agrícolas con caracteres que nos permiten incluirlos con más nitidez en la burguesía agraria pero para ello debemos esperar al último tercio del siglo XIX y a todo el siglo XX hasta nuestros días.
El grupo más numeroso es el de los labradores grandes. Artola ha precisado el término labrador: "Designa a una clase social, la que constituye los que explotan la tierra, es decir, asumen la gestión, anticipan los recursos necesarios para el cultivo y hacen suya una cosecha cuya comercialización les proporciona las ganancias necesarias para su pervivencia. El labrador puede ser propietario, si su patrimonio es pequeño, pero el personaje más representativo es el labrador acomodado, cuando no declaradamente rico, que dispone de un capital en animales, aperos, almacenes, simientes y dinero, que aplica a las tierras que lleva en arrendamiento. Es el significado -continua Artola- que hay que dar a la expresión tiene mucha labor en lugar del que habitualmente se le confiere al equipararlo con tiene mucha tierra" (de su propiedad).
Estoy de acuerdo con Artola, aunque hay variantes regionales que lo matizarían, y al tiempo creo que las medidas que componen la revolución liberal, que comienza en el siglo XVIII, hacen que, a medida que nos acercamos a nuestros días, los labradores ricos (también los medianos) aumenten la cantidad de tierras que trabajan en propiedad.
Existían ya en la Edad Moderna, pero ahora se multiplican en número y se hacen más fuertes económicamente. Son los que cultivan considerables extensiones de terreno en propiedad o arrendamiento y que han acumulado cierta cantidad de dinero lo que, según Zabala, les permite "no vender ocho y diez cosechas consecutivas... hasta que logran los años de unos precios ventajosos". Además de este hecho, de por sí diferenciador con los otros labradores, se caracterizan por tener mano de obra asalariada de modo permanente (criados) junto con jornaleros y braceros en épocas de mayor trabajo agrícola.
Estos labradores ricos, lo más parecido a la burguesía agraria, tenían normalmente un modo de vida y unos procedimientos de cultivar el campo que, en líneas muy generales, se pueden calificar de arcaicos. Lo que les diferencia de la entonces burguesía agraria inglesa y de algunos países continentales es precisamente eso. Estos grandes labradores españoles del siglo XVIII o de buena parte del siglo XIX carecen de espíritu de empresa, de riesgo de inversión para cambiar los sistemas mecanizando el campo, probando nuevos cultivos, utilizando abono artificial... etc. Imitan en todo lo que pueden a los terratenientes del Antiguo Régimen: invierten en más cantidad de tierras (en propiedad o arrendamiento), aunque no mejoran el cultivo, pues importa más la extensión que la intensificación. Dedican una buena parte de sus beneficios a gastos suntuarios, ahorro en metálico o préstamos (con frecuencia usureros), lo que en el mejor de los casos les permite aumentar sus propiedades por desahucios. Según Domínguez Ortiz, intentaban dominar el municipio en el que vivían, manejar el pósito y los aprovechamientos comunales. Muchos de los 25.500 ganaderos propietarios, recogidos en el Censo de 1797 como tales, formaban parte de este grupo que, con matices, podemos denominar burguesía agraria.
La contraposición hidalgo-pechero perdía importancia. Los labradores ricos se introducían a hidalgos y lentamente se formaba una clase hidalgo-burguesa, una aristocracia rural basada en la riqueza y en la posesión de los cargos concejiles.
Richard Herr ha aludido a la inexistencia de una burguesía agraria que pudiera beneficiarse de las tierras puestas en venta a finales del siglo XVIII y principios del XIX como consecuencia de la desamortización. Esto me permite, a pesar de lo dicho, sugerir mis dudas de que exista una auténtica burguesía agraria en la España del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX por lo que me resulta incómodo generalizar el término burguesía para el mundo rural español de este período.